Elon Musk juega sus cartas en favor de China

La principal fábrica de Tesla y sus mayores beneficios están en suelo oriental. Su disputa con EE.UU. crece a medida que se abraza a Beijing por nuevos contratos.

Elon Musk se desmarcó rápidamente de su cariño por EE.UU. y, como las serpientes, ya caída una piel, apareció la otra. Se suele decir que los hombres de negocios, al igual que el capitalismo, no tienen bandera. Esa premisa se cumple, mucho más aún, en el humano más rico del mundo, que con el poder que le habilita el dinero y las relaciones, de aquí en más, podría dedicarse —de manera subterránea o no tanto— a erosionar la hegemonía estadounidense en favor de China. Su conducta --más disruptiva en otros frentes-- lo avala: si hubo una figura que nunca odió a Beijing fue Musk. Le ha elogiado desde el programa espacial hasta su sistema de transporte, pasando por la cultura de trabajo, al diferenciar a la mano de obra china de la estadounidense porque “no es perezosa”. En 2021, incluso, invitó a sus seguidores en redes sociales a visitar el territorio asiático para poder ver de primera mano el nivel de desarrollo que había alcanzado.

Hay tres datos certeros que podrían abonar a la hipótesis de que, una vez salido del gobierno de EE.UU., Musk abrazará decididamente a China. En primer lugar, la fábrica de autos eléctricos Tesla más grande del mundo no está en California, EEUU, sino en Shanghái, China. Esta sede, inaugurada en 2019, representa la mitad del comercio global de la firma y el sitio donde Musk obtiene la mayor cantidad de beneficios.

A cambio de esta apuesta en Asia, el millonario recibió de parte de Beijing importantes préstamos de bancos públicos, jugosos beneficios impositivos y concesiones normativas. Básicamente, gracias al rearmado de la legislación en su favor, fue la primera vez que una compañía automovilística extranjera pudo instalarse sin contar con un socio local.

En segundo lugar, en los últimos meses Musk firmó contratos con varias contrapartes chinas con el objetivo de crear su primera estación de almacenamiento de energía a gran escala, fundamental para la red eléctrica. Precisamente, estará cercana a la sede que Tesla tiene en aquella nación. En paralelo, el multimillonario cultiva una relación fluida con las autoridades orientales. Desde hace años, es conocido su vínculo con Li Qiang, que actualmente se desempeña como primer ministro chino.

Mientras Trump resuelve cómo destrabar la incomodidad con su exfuncionario y jefe de orquesta durante su campaña a la presidencia, desenvaina, una vez más, su odio a los inmigrantes. Después de todo, dicen, Musk es más sudafricano que otra cosa.

Nunca todo estuvo (tan) bien

Los insultos entre el multimillonario y el presidente que se difundieron meses atrás fueron la muestra explícita de que la cuerda tensa que unía a ambos se había cortado. No hace falta un razonamiento muy agudo para hacerse una idea de la explosión que podría ocasionar un choque de egos entre ambas figuras.

Sin embargo, apenas un semestre de ejercicio en el poder federal de Estados Unidos fue suficiente para que el principal aportante en la campaña electoral de Trump recibiera un conjunto de concesiones y jugosos contratos para sus empresas. Por ejemplo, a través de su compañía Space X, Musk se aseguró para sí ser el principal contratista, cuando en un futuro cercano Trump busque conquistar la Luna y luego Marte. En este afán, para allanarle el terreno a los privados como Musk, Trump envió al Congreso un presupuesto reducido en un 25 por ciento para la NASA. La ecuación es sencilla: las tareas que de aquí en más no realizará la agencia espacial federal, serán tercerizadas. ¿Quién más que Musk tiene la espalda financiera para asumir el desafío de llegar a otros planetas?

Lo que aún significa más, en estos meses de absoluta libertad, Musk recibió el visto bueno del gobierno para crear su propia ciudad. Bautizada “Starbase”, está en Boca Chica (condado de Cameron en Texas) y comprende la región donde está emplazada su compañía SpaceX. A partir de este nuevo status, el empresario obtuvo aún más margen para hacer y deshacer a gusto y piacere. El objetivo es claro: que ninguna regulación le impida lanzar cohetes de prueba para, de cara a 2030, conquistar el planeta rojo. Ahora que Trump y Musk rompieron, habrá que ver en qué quedará el proyecto aeroespacial.

Bastó que Musk dejara de manera escandalosa su puesto al frente del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus siglas en inglés) para que afianzara sus negocios con el gigante asiático. De hecho, diferentes medios alrededor del mundo reflejaron la manera en que las redes sociales chinas se hicieron eco de la ruptura entre Musk y Trump. El giro que dio el dueño de Tesla fue bien recibido por la población asiática, ya que el episodio de salida fue tendencia en la red social Weibo. En cada posteo, los usuarios dejaban entrever que valoraban al empresario por su “mentalidad impulsada por la tecnología”.

Envalentonado con la ruptura, casi con despecho, Musk comunicó la creación de un nuevo espacio político llamado Partido América. En aquella ocasión, el magnate también fue tendencia y diferentes cuentas en redes chinas recitaban mensajes del tipo: “Hermano Musk, tienes más de mil millones de personas de nuestro lado que te respaldan”. Plan orquestado por el propio Musk o apoyo espontáneo, esta situación revela un fenómeno puntual: pese a haber llevado a Trump a la presidencia y pese, incluso, a haber formado parte del elenco gubernamental, a Musk nunca le desagradó del todo la otra súper potencia. China no es un enemigo para Musk ni mucho menos cree que “quiere quedarse con todo”, como suele aseverar el líder republicano apostado por segunda vez en la Casa Blanca.

Para Musk, en cambio, China es un aliado imprescindible.

Nunca todo estuvo (tan) mal

La relación entre Musk y China no es nueva, ni mucho menos. De hecho, esa potencia siempre fue un mercado espectacular para las innovaciones de Tesla, la compañía de autos eléctricos de Musk. En la actualidad, los Tesla son los únicos que compiten en las rutas orientales con los ejemplares de bandera de china.

La madre del empresario tech, Maye Musk, se ha convertido en una influencer reconocida en las redes sociales de aquel país.

En los últimos días, Musk anunció la firma de contratos con varias contrapartes chinas para avanzar en la construcción de una fábrica de megapaquetes: son baterías que almacenan energía y pueden ser utilizadas con éxito para estabilizar redes eléctricas y prevenir cortes de suministro. Cada megapaquete sirve para abastecer, al menos, 3600 hogares durante una hora de corte de luz. Según los cálculos de Tesla, estaría en condiciones de fabricar unos 10 mil al año y, a futuro, transformar a los apagones de la ciudad en tan solo un amargo recuerdo.

China es un país que no le desagrada a Musk. Por el contrario, más bien es un escenario que visita seguido; un territorio en el que halla a uno de los mercados más consolidados. No tiene, ni nunca tuvo la intención de romper esa relación: quizás haya sido ese uno de los principales detonantes entre él y un gobierno que, ante la caída de la Unión Soviética a fines de los 80, necesita encontrar un chivo expiatorio para seguir justificando su necesidad de “salvar” (dominar) al planeta.

Sin embargo, a diferencia del tiempo de la Guerra Fría, el mundo no es el mismo y China parece haber aprendido más de la cuenta. Por lo pronto, tener al hombre más rico del planeta focalizado en Asia, podría tratarse de una ventaja adicional nada desdeñable.